Son muchos los motivos por los que mis opiniones sobre las playas de Goa son las más gratuitas que se han vertido en este blog. Por descontado, el filtro por el que pasan lugares, personas y eventos aquí reflejados, no es otro que el de mis sentidos y por tanto, el relato es siempre mi opinión personal asociada a todas las circunstancias que me acompañaron en unos u otros momentos.
Para empezar no las visité todas, muy al contrario, sólo unas pocas y todas hacia el norte de Panjim. Aunque hay transporte público con el que llegar o al menos acercarse a la mayoría de ellas, el tiempo que inviertes en el viaje junto con el calor, el sol y la humedad, redujo enormemente mis ganas de acercarme al mar para quererme marchar a los pocos minutos. Así que mi visión es, para empezar, muy limitada.
Además, los visitantes de estos arenales vienen a pasarlo bien, cada uno a su manera, y todos sin mirar demasiado la cartera, así que con el cuento de que en su lugar de origen las cosas son más caras, el precio de casi todo es aquí desproporcionado y excesivo para mi exiguo presupuesto.
Con una experiencia parcial, mi valoración puede ser de lo más injusta, pero consciente de ello y aclarado este punto, la voy a hacer igual.
Todo aquello que me distanció de disfrutar las playas goanas no les resta ni un ápice de su belleza. Desde calas más bien recogidas y a los pies de un acantilado como Small Vagator, sin duda mi favorita de las que visité, hasta la infinita Candolim, tienen su encanto si consigues suprimir de tu visión el factor humano.
En el mejor de los casos sombrillas y hamacas de alquiler restan espontaneidad al paisaje tropical. En otros, la inoportunidad de las construcciones circundantes daña la vista, pero en todos los casos lo más llamativo es el componente tribal de cada playa.
Small Vagator, pequeña y con clase, se puebla de gente guapa y en la onda, y así de día o de noche sus cabañas y sus restaurantes, nada baratos pero de muy buena calidad, como el Thalassa, con impresionantes vistas, están llenos durante toda la temporada.
Candolim está poblada de rusos y británicos en su mayoría con un tono de piel entre blanquecino y rosado. Los anuncios de Vodka y cerveza por toda la playa y las listas de cócteles en las pizarras de cada chiringuito, junto con la música, altísima en cada uno de ellos crea un ambiente en el que al parecer se encuentran comodísimos y que para mi fue como mínimo, alienante.
Me queda Anjuna, la capital playera del Trance, en la que viejas glorias se levantan tarde y comienzan a beber y a colocarse y a bailar hasta que el sol vuelve a asomar. Los arenales de Anjuna son bonitos, y cómodos para nadar, con menos oleaje. Un paraíso de no ser por los locales alineados a pie de playa (aunque los haya bonitos). De día se puede comer o dejarse caer a la sombra tomando un zumo, un lassi, un té, o alcohol, claro, y de noche, los altavoces retumban y hacen temblar rítmicamente las tablas del suelo y las paredes del local y los corazones de los danzantes acelerados ya por el consumo de sustancias ilegales, muy fáciles de conseguir, por cierto.
Los miércoles se celebra el Flea Market, que nacido en los sesenta de manos del espíritu hippie, hace lo posible por conservarlo aunque desprende cierto tufillo a organización y negocio en el que se sustituyen zapatos por chanclas, baldosas por arena y chaqueta y corbata por tatuajes y piercings. Los productos son cada vez menos artesanales, y los que lo son o poseen alguna exclusividad, se ofrecen a precio de galería de arte del SoHo.
En resumidas cuentas, los habitantes de estas arenas, parecen repartirse el territorio por tribus y desdibujarlo a su imagen y semejanza generando una tendencia a la estandarización en el estar y la apariencia de los suyos, cierta fingida apostura con la que no me identifico Seguramente esta resistencia a sentirme integrada en una de ellas o el hecho de no haber encontrado la mía me distanciaron de apreciar la esencia desnuda de localizaciones tan hermosas.
Me queda la espinita de no haber visitado Palolem. Aunque me cuentan que ya no es lo que era, parece que los de esa tribu van buscando paz y tranquilidad, y que se nota.
La visita a las playas de Goa es obligada, y sin duda todo un crisol para la observación del comportamiento del humano vacacional ejerciendo de lo que probablemente no es el resto del año.
Por ahora me quedo con el carácter particular y entrañable de Panjim, y dejo los arenales a sus moradores con la condición de que de vez en cuando me permitan acercarme a darme un baño. Cuando vuelva, que lo haré, será a practicar yoga al estilo occidental, y tendré una visión nueva y diferente (o no)… y os lo haré saber.
Algunas fotos más aquí: https://flic.kr/s/aHsjF1crzb